El Arrebato

Periodismo desde las Entrañas

[OPINIÓN] Brevísima relación de la destrucción de “esa realidad tan charcha”

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¿Realmente el 2020 es un año tan de mierda como dicen los memes que circulan por las RRSS? Claro, todo es muy diferente pero ¿Estamos peor que en los últimos cinco años? Octubre regresa. Nos tiraron de un puente. Nos dispararon. Nos robaron hasta nuestro nombre para hacer obscenos montajes. Las máscaras están terminando de caerse al igual que las iglesias.

Por Mauricio Tapia Rojo

¿Realmente el 2020 es un año tan de mierda como dicen los memes que circulan por las RRSS? Claro, todo es muy diferente pero ¿Estamos peor que en los últimos cinco años? Cuando miro hacia atrás pienso en la cantidad de licencias psiquiátricas que se estaban dando en Chile. Pienso en esos rostros amargados en un metro repleto de personas rumbo al trabajo. Pienso en las veces que contábamos los feriados del año siguiente en cada año nuevo.

Pienso en las jornadas laborales en las que salíamos y llegábamos a la casa a oscuras. Pienso en las veces que tuvimos que cocinar de noche para comer un almuerzo en un tupper en veinte minutos. Pienso en los tacos. Pienso en las veces que le rogamos al destino que la micro chocara para no ir a trabajar.

Nos reventaron, por eso hace un año las calles se repletaron. Y no solo nos reventaron, se rieron de nosotros. Nos mandaron a levantarnos más temprano y a comprar flores. La televisión mostraba a Piñera hablando de que éramos un oasis en una Latinoamérica cuyas venas siguen abiertas.

¡Boom! Los cabros. La evasión masiva. Los pacos en las estaciones del metro. “Oye está quedando la cagá en Santiago” comentábamos desde aquí, de otras regiones, mientras en la tele daban Pasapalabra. “¿Qué cresta pasó?” dijo Paulsen esa noche. Vimos fuego. Vimos como las llamas derretían ese museo de cera llamado Santiago de Chile. Barricadas. Piedras. Palos. Guanacos. Micros. Zorrillos.

No eran hechos aislados. Cada barrio era el escenario era una batalla campal que no sería un mero simulacro post marcha. Nadie en ese momento lo estaba notando. Ni los que siempre esperaron la revolución. Ni Piñera que ni se imaginaba que aquella pizza sería su última cena en paz.

Aquí vimos todo eso por la tele. Con una sonrisa que podría traducirse en un “está pasando”. Al día siguiente en los grupos de WhatsApp se corría el rumor de una evasión masiva en Merval. Estábamos inquietos. El 19 de octubre llegó la onda expansiva a Quilpué, Villa Alemana y el resto de país. A penas supimos fuimos. Fue como un llamado de la naturaleza.

Una barricada enorme se prendía en medio de la parroquia y el mall en un acto involuntariamente poético. En la plaza vieja estaban muchos de nuestros amigos. Amigos de otras marchas. Amigos de otras luchas. Compañeros de la vida. El sonido de las cacerolas se escuchó toda la noche. Quilpué también se convirtió en un campo de Batalla.

Fue así como llegaron los toques de queda y los milicos. No marchamos en Valpo como siempre lo hacíamos. Marchamos por nuestros barrios, con nuestros amigos y nuestros vecinos. Realmente estábamos todos ahí. Recuerdo sus abrazos. Recuerdo los mensajes de “¿llegaste bien a la casa?”. Así fue como aquella primavera hermosa del 2019 nos renovó a todos.

Se quemó la muni. Los punkys dirigían el tránsito. Todo funcionaba en perfecta armonía sin los policías y sin el alcalde que corrió a esconderse después de que nos levantó a todos el dedo del medio. Aún recuerdo el sonido de los fuegos artificiales en la Avenida Centenario contrastando con las latas y los alambres de púas con la que nos respondieron los supermercados.

También recuerdo la noche del 15 de noviembre. Recuerdo que la prensa relataba como los políticos corrían de un lado a otro. No sabíamos bien de que se trataba. Esa madrugada Chile Vamos, toda la ex Concertación, Revolución Democrática y Gabriel Boric, pasando por encima de su propio partido, firmaron el “acuerdo por la paz y la nueva constitución”. Eso calmó las aguas un poco. Volvíamos a nuestras pegas. Los caminos ya estaban transitables, a pesar de que la mecha se prendía en cualquier momento. La realidad como la conocíamos previo a octubre dejó de existir.

Ese acuerdo nos daría la posibilidad de por fin terminar con la constitución de Pinochet y de Jaime Guzmán. Ese acuerdo daría la posibilidad de que optáramos por las opciones “Apruebo” o “Rechazo”, además de la formula con la cual se redactaría esa nueva constitución. Mucho se habló en esos días de los partidos que no firmaron el acuerdo. Se les acusó de antidemocráticos y hasta de violentistas.

Días antes se proponía acusar constitucionalmente a Piñera y destituirlo. Pesó el argumento del valor de las instituciones y de qué era un atentado contra la democracia. En efecto, si bien, ese acuerdo abrió la posibilidad de una nueva constitución, también fue un flotador para Piñera y los partidos políticos ¿Acaso los abusos sexuales, las mutilaciones oculares, la muerte y la tortura no son un atentado contra democracia? Rubilar en su nuevo rol nos decía que fue el presidente quien había llamado a organismos de derechos humanos. Llegó la ONU, Amnistía Internacional, y HRW. Todos vieron lo mismo. El gobierno negó todo. Se cambió el gabinete. Se hicieron advertencias que nunca se cumplieron (`Hola Gonzalo Blumel ¿Rozas te respondío?`) ¿Cuánto dolor nos hubiésemos ahorrado sin Piñera y sus secuaces?

Enero y febrero también fueron meses duros. La amenaza latente de un marzo revolucionario se sentía día a día. Marzo nos entregó una de las postales más bellas de toda esta historia. El grito de las mujeres y las disidencias dejaron en claro que esto no había acabado. Pero como en toda novela siempre hay factores que el lector no se espera. La pandemia del coronavirus marcó un invierno frío y doloroso. Aprovecharon de imponernos el teletrabajo. Nuestras casas se convirtieron en nuestras oficinas. Veíamos los camiones llenos de muertos en Europa y Estados Unidos. Veíamos como los países tomaban medidas para que las personas se quedaran en la casa y así evitar la propagación.

Y nosotros con esa sensación de abandono. Medidas tardías. Préstamos y bonos que nunca llegaron. La palabra hambre empezó escucharse y leerse en todas partes. Tuvimos que usar nuestro seguro de cesantía y nuestro fondo de pensiones. Las cuarentenas no funcionaron. Manipularon datos. No escucharon a los expertos. Actuaron con una soberbia increíble.

Los canales de TV fueron intervenidos. Los matinales se convirtieron noticieros. Ahí se daba lugar al “debate”. Ahí los mismos que nos tiraron a los milicos, y los mismos que se hicieron los hueones nos daban discursos de moral, nos decían la forma en la debíamos actuar. Nuestro único gallo de pelea en esa discusión era el pelmazo de Julio César.

Este invierno llovió más que nunca. Muchos nos encerramos en nuestras casas y en nosotros mismos porque todo se volvía insoportable. Muchos tuvieron y tienen que salir igual a buscar con qué parar la olla porque este mal chiste nunca se acaba ¿Qué hacer? ¿Salir a protestar o propagar un virus aun sin cura? ¿Difícil pregunta, cierto? Ellos se volvieron a acomodar en sus asientos ahora protegidos tras esas mascarillas de mica transparente.

La primavera se asomaba tímidamente por los jardines del reino del Chile. Octubre regresa. Nos tiraron de un puente. Nos dispararon. Nos robaron hasta nuestro nombre para hacer obscenos montajes. Las máscaras están terminando de caerse al igual que las iglesias. Pareciera que todos los cómplices están pagando su karma. Las palabras y las acciones les van a pesar. Si hasta Viñuela y a la Argandoña los mojó la ola. Y a todos los que no les ha llegado, les llegará aún más fuerte. A lo lejos se escucha la palabra Justicia. No olvidemos eso. No olvidemos a nuestros muertos. No olvidemos el rostro de los responsables.

Mañana 25 de octubre se abre un nuevo capítulo de esta novela dolorosa novela llamada Chile. Una novela llena monstruos y momentos de humor negro. Comienza un nuevo capítulo de una historia que debemos asumir como larga. Una historia que nos invita a ser más partícipes que observadores. Una historia en dónde los ríos deben fluir libremente. Una historia nos permita sonreír sin pensar en el fin de mes. Una historia en la que los más jóvenes nuevamente cambiarán las reglas del juego. El plebiscito es un medio y no un fin. Para poder seguir escribiendo esta historia debemos mañana, con la mascarilla puesta y el lápiz azul, todas, todes y todos juntos el cruzar el umbral.

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