El Arrebato

Periodismo desde las Entrañas

[OPINIÓN] “Murió por ser Gorda”: las víctimas de Villa Alemana en los medios

POR: Gabriela Contreras Escudero y Camilo Améstica Zavala

Mientras no entendamos que casos como este o como el de Fernanda Maciel no son lejanos, sino que responden a lógicas generales de relación en nuestra sociedad; mientras sigamos quedándonos en el cómodo lugar de la mera indignación y rabia ante las instituciones, sin cuestionar nuestra posición de distancia y consumo de relatos por su morbo, todas estas muertes seguirán siendo tan evitables como en vano”.

Alto impacto ha causado la parte final del capítulo “el tambor” (VIDEO) del programa Mea culpa del año 2005, en que Carlos Pinto entrevista a Hugo Bustamante Pérez, principal imputado por el homicidio de Ámbar Cornejo. Sin embargo, la atención dada a la entrevista deja en un plano secundario a la dramatización del caso realizada a lo largo del capítulo, dónde, desde nuestra visión, es posible encontrar claves para entender un formato particular de tratamiento realizado por los medios de comunicación, en coincidencia con la forma en que se está dando abordaje al caso de Ámbar, 15 años después.  

Y es que en dicha dramatización, llama la atención la forma en que se da encuadre a los hechos, en especial respecto de cómo se elabora a la figura de Verónica, primera víctima de Bustamante, describiéndola expresa y recurrentemente como una persona débil de carácter por su apariencia física “excedida en su peso” y sus dificultades de socialización e inseguridades producto de su “estructura física”.

Los elementos de esta caracterización, antes que cuestiones ocultas, aparecen como componentes evidentes en el relato, donde se retrata a Verónica como una mujer cuyo destino fatal estuvo sellado por la falta de atractivo al sexo opuesto debido a su apariencia física, situación que inevitablemente la posicionó como víctima en una relación marcada por episodios de violencia, que parecían ser el precio a pagar por tener una relación, por no quedarse sola.

Más tarde, esta idea será reforzada por el reportaje del año 2016 realizado por Rodrigo Fluxá para la revista El Sábado, a propósito de la libertad condicional otorgada a Bustamente, donde se afirma –gracias al testimonio de cercanos- que las decisiones de la vida de Verónica se verían marcadas por su dinámica familiar y, sobre todo por su peso y la apariencia de su cuerpo.

Las coincidencias son evidentes con el caso de Ámbar, su figura, como una adolescente vulnerable dada su “familia disfuncional” (concepto que ya es problemático) y la institucionalización de que fue sujeta por parte del SENAME, tienden a ser destacadas por los medios de comunicación y las autoridades como elementos centrales en el caso, como si su modo de vida fuera responsable en parte de su destino final.  Pareciera que las víctimas, por ser gordas, débiles de carácter, pobres o con problemas familiares compartieran responsabilidad de haber sido asesinadas, como si esos hechos fuesen descriptores de la posición de riesgo en que se ubicaban.

En estos días veremos un desfile interminable de discursos y posiciones que buscarán ser cada cual la más indignada por lo que pasó, veremos, como en otros casos, que las soluciones que se postularán serán cada cual más extrema que la otra, incluida la clásica y anacrónica petición de vuelta de la pena de muerte. Para nosotros, en cambio, la tragedia debe ser objeto de revisión y crítica desde la forma en que leemos culturalmente la violencia y de cómo posicionamos a las víctimas dentro de su estructura.

Ni el derecho, ni el sistema judicial ni los medios de comunicación son independientes a la cultura en que se producen, al contrario, son formas cristalizadas de nuestras visiones y desde allí reproducen nuestros propios prejuicios. No podemos esperar un cambio en las formas en que este tipo de crímenes son leídos, reproducidos y finalmente juzgados si no partimos antes por criticar nuestra tendencia a localizar a las víctimas en posiciones de responsabilidad respecto de los actos de violencia que sufrieron bajo la excusa de dotar de contexto a los hechos.

Antes que aportar, la elaboración de las víctimas como personas desvalidas y desechables en términos estéticos y prácticos (o simplemente irresponsables), no hace más que reforzar la idea que quien muere a manos de un femicida es parte de una otredad culpable y distante, llevando al extremo de simplificación las relaciones complejas que se desarrollan en un evento de esta naturaleza. Nos tranquiliza creer que la violencia en los vínculos sexoafectivos, las relaciones familiares problemáticas y los ejercicios de agresividad suceden en planos distintos a nuestro cotidiano: si nos cuidamos de no salir de la norma, estaremos seguros.

Mientras no entendamos que casos como este o como el de Fernanda Maciel no son lejanos, sino que responden a lógicas generales de relación en nuestra sociedad; mientras sigamos quedándonos en el cómodo lugar de la mera indignación y rabia ante las instituciones, sin cuestionar nuestra posición de distancia y consumo de relatos por su morbo, todas estas muertes seguirán siendo tan evitables como en vano.  

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